Azúcar
Todos dormían, hasta él estaba en una brumosa nube, que como algodón se
encogía ante la presión de los dedos del adulto deslizándose bajo la
tela de su pijama. A la mañana siguiente, mientras desabrochaba los
botones, se vestía, se lavaba la cara y frotaba sus manos bajo el agua
hasta enrojecerlas, daba los buenos día, desayunaba, se despedía, cogía
la cartera de asa sobada como sus noches, y caminaba con el alma
encogida hacia la escuela, se repetiría una y mil veces que no ocurrió,
que era mentira, que todo era producto de sus desvaríos, y, él era un
niño malo que vivía en pecado y debía confesarse. ¡Ojalá, fuera
invisible! ¡Ojalá, fuera blanco como las paredes! Para caminar por las
calles pegado a ellas sin ser visto, sin ser notado, blanco para volar
adherido a las nubes, blanco para caer como la nieve que nunca había
visto, blanco como el azúcar, y, disolverse hasta desaparecer.
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